lunes, 25 de febrero de 2013

Hijos de Babel

Patricio Pron tuvo la gentileza de presentar este libro en Madrid y de publicar en su blog una generosa reseña.


"A menudo ignorados, y en ocasiones traicionados por sus empleadores al tiempo que se los acusa a ellos mismos de traición, los traductores son mis héroes culturales. Aprendí a leer con ellos, descubrí autores gracias a ellos y recientemente comencé a descubrir lo que se siente ser uno de ellos traduciendo yo mismo algunos libros y también siendo traducido. Alguna vez (aquí y aquí) escribí también sobre ellos, pero esto tiene mucha menos importancia para mí que las oportunidades (siempre más escasas de lo deseable) en que los escuché o los leí hablando de su oficio, esa actividad misteriosa que consiste en traicionar un texto para serle fiel.

Un libro reciente, Hijos de Babel, permite al lector volver a pensar cuestiones tales como la traición, la recreación y la apropiación de los textos en otros idiomas. El libro reúne los testimonios de catorce traductores españoles: Juan Arnau, Marina Bornas, Paula Caballero, Rafael Carpintero, Mercedes Cebrián, Xavier Farré, Eduardo Iriarte, Martín López-Vega, Eduardo Moga, David Paradela, Amelia Pérez de Villar, Pablo Sanguinetti, Lucía Sesma y Berta Vías Mahou. Muy posiblemente sus nombres no digan demasiado al lector (excepto, por supuesto, los de Cebrián, Pérez de Villar, Farré, Moga, Iriarte, Arnau, López-Vega, Sanguinetti y Vías Mahou, que son narradores y poetas además de traductores), pero su importancia puede equipararse a la de los autores que han traducido, y que no existirían (o existirían de otro modo, quizás menos interesante) sin ellos: Orhan Pamuk, Stefan Zweig, Arthur Schnitzler, Joseph Roth, Gabriele D'Annunzio, Curzio Malaparte, Hiromi Kawakami, Henry James, Gore Vidal, Charles Bukowski, Zbigniew Herbert, Eugénio de Andrade."

[Seguir leyendo... http://www.elboomeran.com/blog/539/patricio-pron/]

domingo, 17 de febrero de 2013

Safaris inolvidables

Confieso que, a mi pesar, no soy lector de cuentos.
No es que crea que un buen libro de relatos no está a la altura de una buena novela; nada de eso. Lo que ocurre es que la brevedad del relato me deja por lo general un regusto amargo, como cuando se invierte demasiado afecto en una relación efímera. Esta semana, no obstante, he leído dos libros de relatos que me han hecho replantearme esta premisa. El primero era Demasiada felicidad, de Alice Munro. El segundo, Safaris inolvidables. Ambos son excelentes colecciones de cuentos, pero con este último no tenido en absoluto esa sensación amarga de la que hablo, y no la he tenido porque los relatos están tan bien trabados, tienen una estructura tan perfecta, que forman un microcosmos tan sólido y perdurable como el de una narración de mucho más largo aliento.
Pese a su inmensa variedad de temas y escenarios, reunidos gracias a la fascinación del narrador por Google Earth, Clemot habla de personajes y estados de ánimo muy diversos, algunos casi antagónicos, pero todos subsumidos en una mirada unitaria y un motivo que cohesiona todos los relatos, así como los esbozos de historias que se apuntan dentro de los propios cuentos. Ese motivo no es otro que la memoria como herramienta y condena, como prodigio y castigo a partes iguales.
Nadie mejor que el propio Clemot para explicarlo con una de sus metáforas complejas y exactas:
«La memoria es una naviera importantísima y tiene más rutas que ninguna otra, se unen y desunen lugares como la trenza de una colegiala o la crin de un caballo, imágenes que nunca más se volverán a unir se atan y desatan, lugares azarosos, deshabitados u oscuros, costas solitarias como el mar de la Odisea; el recuerdo traza en el mar un enjambre de líneas espeso como un ovillo, como una maraña de zarzas que esconde un profundo vacío, lleno de miedos, negro y feroz como el ojo de un tuerto.»
Fernando Clemot viene teniendo la sonoridad de un clásico desde sus inicios, y con cada entrega esa sonoridad se va reafirmando, dejándonos el eco de las obras pausadas y bien hechas.
 
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sábado, 2 de febrero de 2013

2 de febrero


En vísperas

La nueva novela de Eduardo Iriarte, Ya falta menos para ayer, se publicará en Libros del Arga el próximo 3 de marzo. El pasado 1 de enero, se activó el blog de la novela y hoy, 2 de febrero, el autor nos habla de este nuevo texto, empezando por su paradójico título.
Ya falta menos para ayer es ante todo una novela generacional. Transcurre a caballo entre 1985 y la actualidad, y es por tanto un ejercicio de memoria, un salto sin red al pasado, un constante regreso a lo que el protagonista y narrador cree que ocurrió pero, paulatinamente, va descubriendo que no ocurrió, o no ocurrió como él llevaba años creyendo.

—Se habla en esta novela del recuerdo como laberinto, casi como trampa.
—Sí, y también del recuerdo como mentira piadosa para intentar que cicatricen las heridas propias de la juventud.
De todas maneras, lo que me interesaba era explorar el recuerdo como herramienta, experimentar, como experimenta el narrador, esa sensación de redescubrimiento de un lugar y una época. Cuando uno se ausenta durante mucho tiempo y luego vuelve, la riqueza de detalle que encuentra es pasmosa.
Quería que el lector tuviera, a través de los ojos del narrador, esa mirada de quien es forastero y autóctono al mismo tiempo. Y, puesto que es una novela de regreso a las raíces, una novela de crisis, quería que el lector padeciera esa incertidumbre que caracteriza la búsqueda de un personaje desubicado.

—Por edad y procedencia, las similitudes entre el protagonista y el autor son evidentes. ¿Estamos ante una novela autobiográfica?
—Creo que un autor debe recurrir a la experiencia propia y dotarla de significado con el fin, o al menos con la esperanza, de que sirva de algo al lector. Dicho esto, me parece que, si bien he recurrido a experiencias personales de mi primera juventud, no se puede hablar de un texto autobiográfico por lo que a los hechos se refiere. Mi familia, por fortuna, tiene poco que ver con la que aparece en la novela, como tampoco guardan mucho parecido las amistades que tenía en Pamplona en aquellos tiempos. En Ya falta menos para ayer se habla de los temas que me obsesionan y afloran en mis novelas: la vuelta a casa, o mejor dicho, la imposibilidad de volver, la culpa, la regeneración o la expiación de los errores cometidos, pero eso no quiere decir que los acontecimientos de la trama coincidan en absoluto con mis vivencias.
Lo que sí he procurado reflejar es el ambiente de la ciudad, los factores que influyeron en nuestra educación y nuestra manera de ser, he intentado plasmar la experiencia de ser un «chaval» en la Pamplona de aquellos años; he querido, en suma, hacer un homenaje a una época y una generación que, de resultas de la droga, la depresión u otras lacras, dejó a muchos en la cuneta.
De todos modos, en palabras Jonathan Franzen: «Las únicas páginas que merece la pena conservar son aquellas que te muestran como eres».

—La ciudad, Pamplona, tiene tanto peso en la novela que no es un telón de fondo sino que deviene un personaje más.
—Cierto. Pamplona en pleno apogeo, durante los Sanfermines. En esta historia, la ubicación se convierte en una parte activa tanto en el crimen como en su resolución, y en el transcurso de la trama se van revelando sus enigmas e idiosincrasias.
La elección de los Sanfermines como momento en que transcurre la narración no es fortuita. Estas fiestas son una de las experiencias más intensas que puede vivir un joven, y suponen además un vínculo que permite entrar en contacto a todos los personajes de la novela. De todos modos, he procurado dar una imagen de los Sanfermines alejada por completo de los tópicos, ofreciendo una visión de las fiestas desde sus márgenes, una opción que tal vez algunos no compartan. Pero es precisamente la diversidad lo que hace de los Sanfermines unas grandes fiestas.
—Hemingway ya hizo un retrato icónico de los Sanfermines en Fiesta.
—Sí. Es imposible profundizar en los Sanfermines sin hacer referencia a Hemingway porque ayudó a conformar la imagen que tenemos de ese acontecimiento. Pero Fiesta está a punto de cumplir un siglo, y al releerla sentí la necesidad de darle réplica, de hacer una revisión, una puesta al día que desterrara viejos tópicos o, por ejemplo, relegara la tauromaquia al lugar que ocupa en la verdadera vivencia de las fiestas para mi generación y las posteriores.
—Aunque Ya falta menos para ayer es una novela más «abierta», por así decirlo, que otras anteriores, se observa esa voluntad de estilo que caracteriza su escritura. Aparte del mencionado Hemingway, ¿qué más autores han influido en esta novela?
—No sé si el estilo de Hemingway ha impregnado esta novela. Supongo que siguen persiguiéndome las influencias de siempre: Ian McEwan, por ejemplo, Javier Marías o John Banville. Lo que sí tenía claro desde el principio era que quería aplicar la seriedad, la rigurosidad de la escritura británica a un tema y un escenario tan eminentemente navarros; quería adoptar una actitud respetuosa, alejada del tono burlón, a veces incluso paródico, con que muchas veces se abordan estas fiestas.

—¿Tiene que ver el tratamiento que ha hecho del problema vasco con ese afán de rigurosidad?
—Imagino que sí. Eso no fue una elección. Sencillamente vi sobre la marcha que no se podía hacer un fresco exhaustivo de Pamplona en los años ochenta sin ahondar en temas como el terrorismo, la represión y las consecuencias que ese clima tuvo a nivel personal en todos aquellos que lo vivieron.

—El protagonista llega a decir, refiriéndose a la situación política de aquellos tiempos: «Yo tomé parte activa en esa pasividad». ¿No es una confesión un tanto extrema?
Al llegar a cierto punto de la trama, vi el peso que tenía la culpa, en este caso colectiva, en los distintos personajes. Ya falta menos para ayer es una novela sobre la violencia, sobre la crueldad, ya sea en la familia, en la fiesta o en la calle, una novela sobre cómo una generación se las ingenió, con mejor o peor suerte, para asimilar esa violencia, hacerla propia y sobrellevarla.

—Cambiando de tercio, llama la atención que haya optado por publicar esta novela en formato digital.
—Esa decisión la he tomado por dos motivos esenciales. En primer lugar, puesto que se trata de una novela muy personal, y, por qué no decirlo, muy delicada, quería tener un control absoluto sobre ella: sobre el diseño y la manera de presentarla, sobre su «imagen pública», cosa que a veces no es fácil de conseguir en el seno de una editorial.
De ahí que haya surgido Libros del Arga, un sello para publicar novelas en formato digital.
Por otra parte, si con novelas anteriores aspiraba a llegar a una minoría formada sobre todo por otros escritores, con ésta lo que quiero es llegar a cuantos más lectores mejor, llegar allí donde estén, cosa que, hoy en día, es mucho más sencilla y sobre todo barata a través de la red. Además, quería dotar la novela de un soporte digital, aportando imágenes complementarias en una web y dotándola de una banda sonora para que el lector tenga una experiencia lo más parecida al recuerdo tal como lo vive el narrador, y pueda sumergirse así por completo en la trama, en ese regreso al pasado que es Ya falta menos para ayer.

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Fotografía © Víctor P. de Óbanos