sábado, 4 de agosto de 2012

Un año con Gore Vidal

A principios de siglo dediqué un año entero a la edición de una antología de los ensayos de Gore Vidal y tuve la buena fortuna de encontrarme con uno de los pensadores más lúcidos de los últimos tiempos. Ahora, con motivo de la muerte del autor norteamericano, vuelvo sobre el prólogo que escribí para aquel volumen publicado por Edhasa y titulado Ensayos 1952-2001.


La melancolía del francotirador
Comienza la agitada década de los cuarenta del siglo pasado y en la exclusiva Phillips Exeter Academy, en Nueva Inglaterra, un maestro furibundo entra en la sala de profesores dando un portazo. Antes de que nadie tenga oportunidad de dirigirle saludo alguno, exclama: “I wish I were a bull!” [¡Ojalá fuera toro!]. Ante la sorpresa de sus colegas y la pregunta “¿A qué viene eso?”, implícita en su silencio, se explica: “So I could gore Vidal” [Para poder cornear a Vidal].
Esta anécdota —inevitablemente mermada en su trasvase al castellano—, a la que Gore Vidal hace alusión en su libro de carácter autobiográfico Una memoria, constituye un buen ejemplo del efecto que ha causado y sigue causando Gore Vidal, ya sea en críticos literarios de renombre, entrevistadores impetuosos o figuras de la política. Por un lado, desazona y asaetea a su “víctima” hasta sacarla de quicio, pero, por otro, provoca en ella la reflexión, aguza su ingenio y le hace sacar lo mejor —o lo peor— de sí, aunque sólo sea para intentar ponerse a la altura de su atacante a la hora de responderle.
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