lunes, 31 de diciembre de 2012

Faithful Place, lo mejor de Tana French

Llega la nueva novela de Tana French, Faithful Place. Traducir este libro fue una auténtica "gozada", no sólo por el estilo fluido e ingenioso sino por la tensión narrativa que es capaz de mantener esta autora.

Un plan de evasión

Un plan de evasión es la primera novela de la también poetisa Leigh Stein. Con este retrato agridulce del paso a la edad adulta Stein ha conseguido un retrato brillante de la generación "adultescente". Aunque empecé a traducirla con escepticismo, lo cierto es que fui tomando cariño al personaje protagonista, que al final me dejó huella, como ocurre con todas las buenas novelas. Leigh Stein es un autora que dará que hablar.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Nueva Cosecha Roja

Acaba de publicarse en RBA una nueva traducción de Cosecha roja, novela fundacional del género negro. La palabra "imprescindible" se utiliza muy alegremente al hablar de libros y recomendarlos, pero en este caso creo que es pertinente: nadie que se considere aficionado a este género puede pasar por alto la que a mi juicio es la obra cumbre de Hammett; nadie que aspire a escribir una novela negra puede hacerlo sin haber diseccionado antes Cosecha Roja.

martes, 9 de octubre de 2012

Normas de cortesía

Empiezan a aparecer reseñas de Normas de cortesía, una interesante primera novela de Amor Towles, como ésta de Jorge Pato García en El Imparcial.

Traducción de Eduardo Iriarte Goñi
Salamandra. Barcelona, 2012
 
Toda persona que ha visitado Nueva York reconoce de modo unánime que es una ciudad que te atrapa y te impresiona. Sus avenidas, sus edificios, su bullicio imparable. Una gran ciudad que siempre se cuela en esas conversaciones en las que se trata de encontrar una ciudad que pueda ser considerada el emblema del planeta. A pesar de que ha cambiado mucho desde los años treinta del siglo pasado, no cabe ninguna duda de que también entonces debía ser una ciudad que cautivaba a propios y extraños, que seguía siendo, a pesar de ser los años posteriores a la gran depresión del 29, un lugar donde ir a probar fortuna en busca de una nueva vida y del tan comentado sueño americano.
En ese escenario se desarrolla esta novela donde, aparentemente por el título, parece que vamos a encontrar únicamente un tratado de buen comportamiento social y refinamiento. Pero lo que realmente se oculta tras este título es una obra completa, redonda y sin duda de excepcional calidad para ser la primera de esta autora.
El día de Nochevieja y la celebérrima fiesta que se organiza ese día en Times Square es el punto de partida de una historia de amor que eleva a una joven mecanógrafa desde la gran masa de la clase media hasta las cumbres de la alta sociedad neoyorquina. Este ascenso implica una nueva forma de vida, nuevas amistades, concesiones que en otros momentos podían parecer impensables y, como consecuencia de esto último, aprender a valorar ciertas elementos de la vida y a establecer una escala de valores que puede que sea diametralmente opuesta a la del resto de personas con las que se codea en la “high society” de Nueva York.
Sin duda, el mejor maridaje entre el título de la novela y lo que en ella se relata es la delicada descripción de las formas y maneras en las relaciones sociales. La importancia de los ecos de sociedad de la prensa de la época, la caballerosidad que más de una mujer añora en la actualidad y así un largo etcétera. Una sociedad mucho más reglada en sus relaciones y más encorsetada, algo impensable en este siglo XXI de redes sociales y comunicación instantánea, y a veces irreflexiva, que nos acompaña a cada paso en la palma de la mano.
[Leer más... http://www.elimparcial.es/libros/amor-towles-normas-de-cortesia-112262.html]

sábado, 4 de agosto de 2012

Un año con Gore Vidal

A principios de siglo dediqué un año entero a la edición de una antología de los ensayos de Gore Vidal y tuve la buena fortuna de encontrarme con uno de los pensadores más lúcidos de los últimos tiempos. Ahora, con motivo de la muerte del autor norteamericano, vuelvo sobre el prólogo que escribí para aquel volumen publicado por Edhasa y titulado Ensayos 1952-2001.


La melancolía del francotirador
Comienza la agitada década de los cuarenta del siglo pasado y en la exclusiva Phillips Exeter Academy, en Nueva Inglaterra, un maestro furibundo entra en la sala de profesores dando un portazo. Antes de que nadie tenga oportunidad de dirigirle saludo alguno, exclama: “I wish I were a bull!” [¡Ojalá fuera toro!]. Ante la sorpresa de sus colegas y la pregunta “¿A qué viene eso?”, implícita en su silencio, se explica: “So I could gore Vidal” [Para poder cornear a Vidal].
Esta anécdota —inevitablemente mermada en su trasvase al castellano—, a la que Gore Vidal hace alusión en su libro de carácter autobiográfico Una memoria, constituye un buen ejemplo del efecto que ha causado y sigue causando Gore Vidal, ya sea en críticos literarios de renombre, entrevistadores impetuosos o figuras de la política. Por un lado, desazona y asaetea a su “víctima” hasta sacarla de quicio, pero, por otro, provoca en ella la reflexión, aguza su ingenio y le hace sacar lo mejor —o lo peor— de sí, aunque sólo sea para intentar ponerse a la altura de su atacante a la hora de responderle.
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domingo, 22 de julio de 2012

Jhumpa Lahiri por Carlos Boyero

Carlos Boyero dedica uno de los artículos más elogiosos que he leído últimamente acerca de un libro a Tierra desacostumbrada, de Jhumpa Lahiri, una de las traducciones que más alegrías me han dado.


Miro la preciosa cara de Jhumpa Lahiri sabiendo que ella es la protagonista de esos relatos que acaban formando la estructura de una novela. Hablando de personajes, recuerdos y sensaciones en los que nos podemos identificar los lectores de cualquier parte, aunque sus protagonistas sean familias indias establecidas en Estados Unidos. Historias entre padres e hijos, hermanos y hermanas, maridos y esposas, encuentros y desencuentros, lo que se expresa y lo que se calla, amores desgastados o vividos en silencio, tradiciones y rebeldía, secretos y rituales, experiencias de infancia y de adolescencia que marcarán la vida futura y la necesidad de afirmarse en una identidad, encrucijadas morales y sueños rotos. Jhumpa Lahiri describe todo esto con una escritura que parece sencilla y es deslumbrante, hablando con enorme complejidad de los sentimientos, explicando las razones de todos para ser como son y actuar como actúan, estimulando el cerebro del receptor y tocándole el corazón, creando auténtico lirismo con la forma menos rebuscada. Y te da mucha pena que este libro se acabe. Y deja poso. Y sabes que dentro de un tiempo volverás a reencontrarte con él. Y que vas a buscar todo lo que lleve la firma de esta maravillosa escritora.

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martes, 19 de junio de 2012

Un manjar perfecto

El libro de la sal
Monique Truong
Salamandra
Trad. de Eduardo Iriarte

La revista Mercurio publica un muy acertado artículo de Marta Sanz sobre este libro.

Los gourmets son capaces de reconocer el sabor de un plato elaborado. Detectan en el paladar la reminiscencia acre de la nuez moscada. Del mismo modo, un lector avezado que sepa que no se puede ser sensualista sin ser intelectual --y viceversa-- transforma la lectura en degustación. Para ese lector, El libro de la sal constituye un manjar perfecto.

[Leer más http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:sRv45yAj3KAJ:www.quiosconline.com/wp-content/uploads/2012/06/mercurio_141.pdf+&cd=27&hl=es&ct=clnk&gl=es]

martes, 29 de mayo de 2012

En ausencia de Aroha

"En ausencia de Aroha",
un relato publicado en la antología
Paraguas para el diluvio
Paralelo Sur, 2012


Aunque es Aroha la que casi aparece en la imagen, no es una fotografía solo de ella, sino también de sí mismo. La instantánea no es una fijación en el tiempo de quien fue su pareja, sino de lo que sintió él en aquel preciso instante, de lo que —con mayor o menor intensidad, dependiendo de su estado de ánimo, o del tiempo transcurrido desde que la miró por última vez— siente cada vez que la contempla, siempre fijamente, siempre adentrándose poco a poco en la escena, casi imperceptiblemente, como si su mera fuerza de voluntad fuese a permitirle cambiar la fotografía, y como resultado alterar aquel paseo, aquel día, aquel momento, y por ende trastocar su vida entera a partir del punto de inflexión, el momento exacto, el instante crítico.

Para imaginar lo que siente cada vez que mira la imagen, o incluso cada vez que la ve sin necesidad de mirarla, porque la tiene grabada en la memoria con una nitidez que a veces desdibuja la realidad misma, hay que saber lo que refleja la imagen impresa, pues la tiene impresa en infinidad de copias de diferente tamaño, textura y grano, todas guardadas, eso sí, en el mismo cajón, del que a veces salen, siempre de una en una, por separado, para luego regresar, más vistas, inspeccionadas de nuevo, imperceptiblemente más desgastadas por su mirada.

Para hacerse una idea siquiera remota de lo que nota él en las entrañas cada vez que se asoma a esa fotografía en cualquiera de sus variantes hay que intentar representarse esa imagen que nadie nunca verá; nadie salvo él. A sus ojos, y a los ojos de nadie salvo los suyos propios, esa instantánea es la imagen apenas viva de una ausencia. Es un retrato, de eso no cabe duda, porque Aroha está; velada, fuera de foco, presente apenas, pero está. El centro de la imagen, lo que de verdad se ve —o se vería, si alguien aparte de él tuviera acceso a la foto— lo ocupa la parte superior de la muralla de una fortaleza medieval que huye hacia el punto de fuga de una almena medio derruida. Puesto que la foto está tomada desde la muralla misma, no se alcanza a ver el otro extremo, el punto de partida de las almenas que alguna vez coronaron la antigua construcción hace mucho tiempo ya derrumbada, y luego reconstruida, y luego precariamente preservada. El estrecho corredor que bordea la muralla se ve —o se vería, si alguien, quien fuera, tuviera acceso a la foto— desocupado, violentamente vacío. Eso no es más que el efecto que causa en su mirada incasable —la única que se ha posado o llegará a posarse sobre esa imagen— la figura que acaba de salir de cuadro por entre los dientes mellados de la muralla para no volver a entrar. Al fondo se ve un cielo sin nubes, pero tampoco azul, sino más bien de un gris indefinido, como las montañas que se esconden tímidas detrás de la fortaleza, pero eso no es más que atrezzo, burdo telón de fondo. Lo que de verdad atrae la mirada son unos mechones de pelo agitados por el viento casi inexistente provocado por el salto en el instante de darlo; el fantasma de una media sonrisa ausente en el momento preciso de ausentarse del todo; el roce de la ropa contra la piedra desbastada por el tiempo y la lluvia antes de oírse un silencio sorprendente en su placidez, como si ese silencio no encerrara más que calma, cuando en realidad alberga todo el caos que es capaz de imaginar. Porque además de ver a Aroha en su ausencia inminente y verse a sí mismo en su quietud, también la oye y se oye en aquel instante crítico que podría no haberlo sido, que aún podría cambiar si consiguiera —a fuerza de mirar la fotografía, de introducirse poco a poco en ella como en un tiempo y un espacio inalcanzables— alargar el brazo y sujetarla, o hacer cualquier otro gesto, por nimio que fuera, a fin de alterar lo que estaba siendo y abortar lo que acabó por ser, en aquel instante, y también después, y ahora, y por siempre más.

A veces le parece imposible que puedan verse tantas cosas mirando exactamente los mismos centímetros cuadrados de papel mate. La muralla en fuga, el cuerpo de Aroha a punto de huir igualmente, pero también aquel día, cerca del inicio de la primavera, el primero después de meses de hospitales y médicos y salas de espera; de operaciones y postoperatorios y convalecencias seguidas de más salas de espera: de perpetuación de la espera como fin en sí misma. Había conseguido sacarla de su encierro para ir a ver unas ruinas medievales a las afueras de la ciudad, un monumento que siempre había estado allí pero nunca se habían molestado en visitar juntos como paseantes despreocupados. Aquella mañana hubo conversaciones y sonrisas, muchas más de las que habían compartido en las últimas semanas, en los meses precedentes de inquietud e incertidumbre respecto de su salud. Comieron y rieron casi, y sobre todo observaron a los turistas, ajenos a su interés desmedido, entretenidos en menudencias que ellos no eran capaces de compartir.

Él recuerda así el último día, pero lo hace solo porque quiere, pues también podría recordar sus esfuerzos, desmedidos, desesperados, por espantar los silencios que se cernían sobre Aroha y la rodeaban como pájaros de mal agüero dispuestos a arrancarle los pensamientos a golpes de pico. Y podría recordar también el temor que sentía como reflejo del abatimiento que le comunicaba ella con sus miradas de animal de zoológico, medio aletargadas por los medicamentos y resignadas a no abandonar su sopor. Podría recordar también cómo al mirarla esa mañana no conseguía quitarse de la cabeza un pasaje de Onetti en el que comparaba uno de los pechos cortados de una mujer enferma con una medusa lánguida en una bandeja, y podría confesarse que no había imaginado nunca que una metáfora pudiera producir dolor auténtico, dolor físico y un ahogo intenso, igual que un golpe en el diafragma. Pero prefiere hacer como que no se acuerda de todo eso al mirar la fotografía; prefiere pensar que aquella mañana el sol todavía invernal calentaba a pesar del viento del norte y que Aroha volvía a tener el pelo casi tan bonito como antes, casi tan tupido y sedoso, casi.

No sabe por qué se empeñó él en que subieran a la parte superior de la muralla, hasta los matacanes, un nombre técnico que no tendría por qué haber aprendido nunca y ahora querría olvidar; pero le es imposible desaprenderlo, igual que todo lo demás. Prefiere no recordar tampoco la reticencia de Aroha a ascender por los irregulares escalones de piedra vieja, a enfilar el estrecho pasaje que bordeaba la edificación, asomándose a la barbacana —otro tecnicismo doloroso en su inutilidad— y a un foso en el que ya no había agua, si es que alguna vez la hubo. Procura no acordarse de lo leve que le parecía su figura mientras subía las escaleras unos pasos por delante de él, lo terriblemente débiles que se veían sus formas antes más sólidas, más ágiles, más llenas de vida, en suma. Se esfuerza por no pensar una y otra vez en cómo adelantó los dos brazos para cogerla por las caderas y ayudarla en el ascenso, medio en broma, aunque ambos cayeron de inmediato en la cuenta de que era algo necesario, porque a ella ya no le quedaban apenas fuerzas.

Intenta no recordar todo eso pero sus esfuerzos no hacen sino cimentar los recuerdos, abrir nuevas ramificaciones, añadir matices que quizá no tenían en un primer momento; eso ya es imposible saberlo con seguridad.

Sea como fuere, en ocasiones mira la foto y de súbito —una vez más, como en tantos otros arrebatos de entusiasmo en vano— se siente capaz de cambiarla, de introducir el brazo derecho en la instantánea y retocarla y corregir su vida y la de ella. Así lo hace mientras mira la imagen: alarga el brazo calculando la perspectiva exacta por donde habría entrado si lo hubiera estirado en aquel preciso momento, el instante crítico en el que Aroha se apoyó en el antepecho de piedra desprotegida, su gesto de cansancio tan absoluto que cada vez le cuesta más trabajo obligarse a creer que no intuyó nada en los días precedentes, esa mañana, en los minutos previos, al menos.

Pero igual que ahora no quiere recordar, entonces no quería dar crédito a lo que todos los indicios apuntaban: la cercanía de la despedida, las ganas de marcharse, el duelo ya iniciado.

A veces mira la fotografía y le parece una lápida en miniatura, un túmulo, un diminuto monumento a lo que no llegó a ser. Y esta vez, porque a veces las cosas caen por su propio peso, como caen al mar las piedras de los acantilados, sin que nadie ni nada las empuje, ve también un final, algo que quienes entienden denominan «clausura». Algo, un matiz inadvertido hasta entonces, le hace llegar a la conclusión —el término, el final de algo— y también alcanzar la conclusión —la consecuencia, la decisión por fin— de que ya ha visto todo lo que tenía que ver en esa imagen, todo lo que cabía extraer de ella, y puesto que nadie más la ha visto ni necesita verla, decide que tomará una copia, y luego otra, e irá despedazándolas, sin prisa, sin saña, como se lustran las botas antes de empezar un largo viaje a pie. Sabe que deshacerse de esa foto es deshacerse de sí mismo y de todo lo que fue hasta ese momento, y todo lo que ha venido siendo después, pero sabe también que nunca podrá ser nada más si no suelta el lastre que es la imagen de esa caída.

El aleteo de los mechones de pelo, el hombro escorzado, la sonrisa ya ausente. Los mira por separado y en conjunto, y entonces entiende por fin. Ya ni siquiera tiene que elegir, porque fue Aroha la que eligió por él, la que escogió el instante de la certeza plena para marcharse.

También éste es un buen momento, entiende, para cejar en la lucha, para abandonar aquella realidad enmarcada y dejar de rescatar la misma imagen repetida hasta el infinito. Es un buen momento, entiende, para sacar la fotografía en todas sus variantes de tamaño y exposición e ir rompiéndolas como una sola en pedazos, para así hacer trizas de una vez por todas lo que pudo haber hecho pero no hizo en el momento crítico, para aceptar como justo y necesario el instante que casi captó.

Lo entiende, sí, y toma la decisión de romper las fotos y romper ataduras, de soltar lastre y quemar puentes, pero todo eso no son sino expresiones vacías, huecas de significado, porque cuando intenta empezar a rasgar la primera fotografía, sus dedos no responden. Su mano izquierda, no obstante, vuelve a intentar adentrarse en la imagen para coger a Aroha en el último momento, ese que no debió haber permitido que ocurriera cuando ocurrió.

Tal como ha tomado la firme decisión de eliminar la imagen de la despedida final, la olvida. No la pospone ni la arrumba, sino que la olvida del todo, como si nunca se le hubiera pasado por la cabeza, donde ahora, igual que hasta poco antes, solo hay espacio para el pesar de no haber sabido pasar a la acción cuando debería haberlo hecho, de no haber acertado a apresar aquello que estaba a punto de escapársele.

Cae la luz de una lámpara sobre la fotografía de una mujer a punto de remontar el vuelo, y el hombre que la sostiene, eliminada cualquier otra opción, se resigna a continuar mirándola, a seguir acercándose a ella, a punto de cogerla, sin llegar a alcanzarla, a escasos centímetros, a una distancia casi verosímil, casi salvable, si sigue contemplándola un poco más.


miércoles, 14 de marzo de 2012

Hisham Matar


Javier Valenzuela publicó en El País un interesante perfil de Hisham Matar,
autor de Historia de una desparición.

El sol se ha abierto un hueco entre los lóbregos nubarrones del invierno londinense y derrama algo de luz y calor sobre la terraza del Holland Park Café. Las jóvenes señoras que constituyen el grueso de la clientela —con sus hijos, con sus perros o con sus hijos y sus perros a la vez— lo celebran con leves murmullos. Surgiendo de un sendero que discurre entre árboles desnudos y acometidos por la yedra, se acerca al café un hombre cubierto con un gorrito de lana grisáceo y un chaquetón igualmente anodino. Una ardilla lo esquiva mientras el rostro del hombre —redondeado, oscuro, cruzado por unas gafas— se va precisando. Debe ser Hisham Matar.
El hombre se presenta —parece tímido y cordial— y va a buscar un capuchino al interior del local. Es, en efecto, Hisham Matar, del que Salamandra publica en España su segunda novela, Historia de una desaparición (Anatomy of a disappeareance en la versión original inglesa). El libro cuenta en primera persona la historia de Nuri, un joven obsesionado con la desaparición de su padre, un aristócrata de ideas democráticas secuestrado por los esbirros de un innominado régimen totalitario árabe.El periodista que le esperaba en Holland Park Café sabe que a Matar le gustaría que su novela fuera leída como eso, como una novela, con independencia de la personalidad del autor y de lo que le pasó a su padre; le encantaría que el lector la abordara “tan solo a partir de sus propias memorias, emociones y pasiones”. Pero el propio Matar es consciente de que ahora le resulta imposible encontrar semejante “lector platónico”.“Intento conseguir el máximo impacto con el menor número de palabras”.
Ahora no hay modo de evitar conocer de antemano que el padre del novelista, el opositor libio Jabalia Matar, fue secuestrado en 1990 por sayones del coronel Gadafi en El Cairo, donde vivía exiliado con su familia, y trasladado a la siniestra prisión libia de Abu Selim, sin que desde entonces haya dado otras muestras de vida que alguna que otra carta que, al comienzo de su cautiverio, logró hacer llegar al exterior. Y sin embargo, Historia de una desaparición es una muy buena novela en sí misma: es corta, con la distancia exacta para contar lo que quiere contar, y está escrita con una prosa elegante que ha sido comparada por algunos críticos anglosajones con la de Nabokov.

viernes, 24 de febrero de 2012

Ni siquiera los perros


De todos los novelistas que he traducido hasta la fecha, Jon McGregor es sin duda el que más hondo me ha llegado. Ni siquiera los perros, igual que Tantas maneras de empezar, su anterior novela, es un alarde de capacidad de observación y pericia narrativa.
Laura Fernández hace una semblanza muy ajustada de este libro en un artículo publicado en "El Cultural".
Ni siquiera los perros
Jon McGregor
Traducción de Eduardo Iriarte
Salamandra, 2012
Jon McGregor (Islas Bermudas, 1976) no sólo es el británico más joven que ha estado a punto de ganar el premio Booker (en dos ocasiones) sino un experto en narrativa desmontable (sus historias parecen haber sido construidas con combinaciones de raídos cubos de madera que son en realidad pedazos de vida de sus protagonistas) y en personajes encrucijada, esto es, personajes que pudieron ser alguien distinto, alguien mejor, pero que tomaron el desvío equivocado y viven arrastrando tras de sí allá donde van el monstruoso cadáver de ese otro yo fantasma. Ni siquiera los perros, su última novela, es a la vez una autopsia en directo (McGregor narra el desmembramiento del personaje muerto protagonista con la frialdad de un curtido y eficiente forense) y un remolino de disparos al aire, de historias de personajes encrucijada que se perdieron una vez tratando de volver a casa y decidieron hacer noche junto al futuro cadáver de Robert Radcliffe, epicentro y única voz en silencio del relato.
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Historia de una desaparición


Historia de una desparición, todo un prodigio de sutileza y contención por parte de Hisham Matar, como muy bien ha sabido ver Rafael Narbona en este interesante artículo aparecido en "El Cultural" de El Mundo.

Historia de una desaparición
Hisham Matar
Traducción de Eduardo Iriarte
Salamandra, 2012

La "primavera árabe" no ha desembocado en un paisaje de transparencia y democracia, pero al menos ha liberado a Oriente Medio de una galería de déspotas que habían escandalizado al mundo con sus crímenes. Nadie que crea en la dignidad del ser humano puede justificar el linchamiento de Muamar el Gadafi, pero sólo un insensato puede alabar su legado, que incluye la masacre de la prisión de Abu Salim, donde tal vez perdió la vida Jaballa Matar, un destacado disidente que se había exiliado en El Cairo. Secuestrado por la policía secreta del régimen de Hosni Mubarak, fue entregado a Libia, donde presumiblemente sufrió torturas y unas terribles condiciones de confinamiento. Aunque en 1996 la familia recibió dos cartas del puño y letra del desaparecido, no es improbable que muriera ese mismo año con otros 1.270 presos políticos, fusilados y enterrados clandestinamente en fosas comunes, según Human Rights Watch.

Hisham Matar nació en Nueva York en 1970 y se licenció en arquitectura en Londres. A los 20 años, Gadafi le privó de su padre y le condenó a vivir en la incertidumbre. Ese dolor le inspiró su primera novela Sólo en el mundo (2005), donde relata el despertar de la conciencia moral y política en un niño que crece bajo una dictadura extravagante, donde el poder político combina el populismo, el fasto revolucionario y el terrorismo internacional. Sólo en el mundo es la historia de dos pérdidas. Solimán, su protagonista, se despedirá al mismo tiempo de su infancia y de su tierra natal, abrumado por la crueldad de un país sometido a las arbitrariedades de un megalómano. Sólo en el mundo fue elogiada por Coetzee y recibió infinidad de premios y reconocimientos. Es el único caso de primera novela que accede a la condición de finalista del Premio Man Booker.

[Leer más... http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/30561/Historia_de_una_desaparicion]

jueves, 5 de enero de 2012

Bukowski antes de Bukowski




Un interesante artículo de Paula Corroto en Público sobre Ausencia del héroe,
lo más reciente de Bukowski.


Ausencia del héroe
Charles Bukowski
Trad. Eduardo Iriarte
Anagrama, 2012

De Charles Bukowski (1920-1994) uno puede pensar lo siguiente: realismo sucio, lenguaje obsceno, frase corta, improperios. Putas. Borrachos. Cerdos. O bien, puede bucear un poco más y hallar a un gran intelectual y crítico literario, un pacifista imbuido de dulzura y un acérrimo buscador del amor. Un defensor de los derechos de los animales ("Igual las corridas de toros no son precisamente correctas", escribió en el relato inédito hasta ahora ¡Ah, liberación, libertad, lirios en la luna!) e incesante fustigador de la violencia en la infancia.
Desgraciadamente, el riesgo de imitadores de Bukowski y el hecho de que las primeras traducciones de su obra en España fueran de su producción más descarnadamente sexual (y más mediática), ha ocultado parcialmente su imagen más afectada. Sólo ahora con la reciente publicación de parte de su poesía desconocida Visor editó en 2009 La gente parece flores al fin y del volumen Ausencia del héroe. Relatos y ensayos inéditos 1946-2002, que Anagrama lanzará en unos días, el lector puede acercarse a un escritor que, si bien tenía matrícula de honor en palabrería soez, también era capaz de ponerse cursi: "Paseaba y era como si llevara el sol en mi interior", según escribió acerca del enamoramiento en su columna Escritos de un viejo indecente (1974).


[Leer más http://www.publico.es/culturas/415117/bukowski-antes-de-bukowski]